21 de enero de 2010

Mi primer día de trabajo en otro país

Suspiro. Qué divertido desastre. Para empezar, no ayuda haber ido a dormir a las tres de la mañana del mismo día, con 'leve' grado de alcoholización en la sangre. Mi despertador casi me golpeó para que pudiera abrir los ojos. Después de tres intentos (tres parece el número clave), salté de la cama y fui a bañarme; tenía veinte minutos para estar en la esquina tomando el bus, según mis cálculos nada aproximados.

Una vez en la parada, veo que se aproxima el número de colectivo que me corresponde. Le saco la mano, pero el conductor me saca la lengua. Adiós.
Diez minutos más tarde, no sólo viene uno, sino dos, luchando para ver quién agarra menos pasajeros. ¡Ah no, éste no se me pasa!, me dije. Así que salto aparatosamente, y con mi pie aún medio roto, para que no tuviera duda el conductor de que debía parar. Lo logro. Encuentro un asiento libre al lado de la ventana, así puedo ver en cuál calle debo bajarme, porque si no, me pierdo. Me perdí. Bueno, bueno, no tanto, me bajé antes de lo debido.
A pesar de estos pequeños ‘impasses’, llegué quince minutos antes de la hora estipulada, por lo cual mañana ya sé que puedo dormir quince minutos más. Detalle importante.
El primer día transcurre con tranquilidad. Tengo tareas, cosas para hacer, un poco de presión primípara, un poco de frío también (el aire acondicionado) y mucha energía laboral acumulada.
Mis compañeros son unos chicos argentinos que hablan en inglés y no les entiendo nada. Creo que son mis oídos poco educados. Mi jefe en ocasiones habla español y aún así, a veces, tampoco le entiendo. Sigo creyendo que necesito una limpieza. Mi portátil tiene una pantalla grande y un teclado gringo, pero ya me estoy acostumbrando. En la cocinita hay café que no tomo, galletas que si como, agua y todo lo demás.
Llega la hora del almuerzo, los chicos van al súper, compran hojas y cosas saludables para prepararse ensalada. Yo pido arroz chino-argentino y lo mejoro con salsa de soya y sal. Todo bien.

Sentada en mi puesto al final de la tarde, siento de repente una molestia vaginal (¡perdón por el nivel de detalle!). Voy al baño y cuando me doy cuenta, ¡Ay! Me vino el periodo. Mal. Lo único que tenía a la mano era un protector diario y mucho papel higiénico (tal vez no debería contar esto), así que me arreglé como pude. Mientras, pensaba que no era la fecha adecuada, porque siempre caía en jueves. ¡Ay! Otro detalle, hoy es jueves. Por fortuna, ya iba terminando el día.
Se va mi jefe y el compañero que toma el mismo colectivo que yo también, porque hoy iba a ver a Metallica en concierto. Así que, a enfrentar el malvado mundo del transporte público sola otra vez. Eso de tomar buses aquí da, definitivamente, para otra historia, pero mucho parece con Barranquilla. 
Qué día tan lindo, y qué diferente mirar las mismas calles por donde pasé antes, pero pensando, ésta vez, que ahora sí me quedaré por un buen tiempo. Pensar también en todas las cosas que todavía tengo por compartir, todo lo que aún hay por aprender, lejos de mi casa, mi familia, mi carnaval, pero cerca de donde quiero estar. Sentimientos positivos se pasean por mi intestino.
¡Ah! Para cerrar el día con broche de oro, mientras escribía este pequeño relato salí un segundo al balcón. Para que no entraran los mosquitos, cerré la ventana. Me quedé afuera. Menos mal, en mi cuarto había dejado una pequeña abertura y no había bajado del todo la persiana metálica. Así que apliqué mis conocimientos marciales, abrí la ventana un poco y me deslicé por debajo de la persiana. ¡Uf, si no qué hubiera hecho! Qué día caray. Qué divertida satisfacción.

19 de enero de 2010

Cuento sin nombre (1)


Cuando pequeños, nos reuníamos después de la escuela en la casa de Tania. Ella siempre lo tuvo todo. Sus padres eran personas especiales. Su mamá adoraba tener visitas en casa, pero su papá, en cambio, prefería ocultarse en el sótano y trabajar en proyectos de los que nadie nunca supo su naturaleza. Sin embargo, todos los días tenía un regalo diferente para Tania.
Luego de muchos años, ella llamó un día a mi casa. Con tono misterioso me invitó a pasar por la suya. Noté cierto encierro en su voz, como si los años le hubieran apagado la luz.
En la puerta de la casa encontré a otra antigua amiga, quien también estaba extrañada por la repentina invitación. No había cambiado mucho el exterior, por dentro, al contrario, era todo diferente. Recuerdo que tenían una amplia sala donde siempre había gente compartiendo, pero ésta vez, la mucama que abrió la puerta nos condujo por un estrecho pasillo, hasta dar con una minúscula puerta. Era una reunión pequeña en un cuarto angosto; se bebía té a la noche. Los comensales hablaban en voz baja y el sonido prevalente era de los pocillos al tocar los platos. Una moza entró con una gran torta de chocolate y la colocó en la ventana, por la que pude ver unos cuantos niños jugando en el jardín. El bizcocho llamaba la atención, pero nadie parecía notarlo, sólo un pájaro lo sobrevolaba. Todavía no había visto a Tania, pero la situación empezaba a darme escalofríos. Todo a mí alrededor parecía sacado de un cuento de hadas y brujas.
Los niños en el jardín jugaban a tomar el té, pero en ellos no había felicidad, no tenían esa audacia infantil que los caracteriza. Parecían, más bien, adultos en cuerpos pequeños. El jardín estaba poco iluminado y había una leve neblina en el ambiente. Un cuervo les tironeaba el pelo a las niñas y hundía el pico en las tazas, pero ellas no se veían sorprendidas. Los niños, sentados en el pasto en un pequeño círculo, jugaban con algo que parecía un animal. La interacción se daba por gestos y los diálogos se limitaban a gemidos.
El murmullo de la sala volvió mi atención; entonces la vi. Estaba vestida con un elegante vestido de encajes negro, que tapaba sus tobillos y sus brazos. Su cabello estaba recogido en un moño alto y unas plumas pequeñas salían del peinado. Su piel estaba pálida, casi desvanecida, y su mirada parecía ausente. Nadie en el salón percibía su presencia, era como un ente observando desde la esquina. Esperé nerviosa a que hiciera algún gesto para acercarme, pero ella permaneció inmóvil. Miré por la ventana y no vi a los niños, sólo el cuervo seguía jugueteando con el juego de té. Volví la atención a la sala y ya no estaba. Busqué con la mirada por toda la habitación, pero no la encontré. Tres personas sentadas en un sillón dieron vuelta y me miraron fijamente. No entendía porqué lo hacían, pero me sentía tan incómoda que decidí abandonar la reunión. Di media vuelta y allí estaba ella, observándome. Mi corazón comenzó a palpitar con más fuerza, mis manos sudaban sin detención y mis muslos temblaban de debilidad. Quedé inmóvil por un par de segundos, pero luego hice un gesto para irme. Ella señaló una puerta pequeña de la habitación y me dijo:
—Todavía no es hora. Ve.
Viré lentamente para ver lo que señalaba. Al ver la puerta intenté decirle que ya era hora de irme, pero ella, una vez más, se había ido.
Las tres personas del sillón seguían con la  mirada clavada en mí, como vigilando que no escapara. Caminé dos pasos hacia la puerta pequeña y eché un vistazo de reojo. Ellos seguían observándome. Continué caminando y vi que la puerta estaba entreabierta. De adentro provenía una gran luz amarilla. Empujé un poco y el escenario era totalmente diferente. Había gente hablando y tomando de grandes copas de vino. Unas señoras lloraban a carcajadas, al tiempo que otros intentaban tocarles los pechos. Había un niño desnudo llorando en una esquina, pero ellos no se ocupaban de él, cantaban y reían. El salón era un poco más amplio que el anterior y mucho más iluminado.
De repente, un sonido estrepitoso congeló las sonrisas. Nadie se movía esperando conocer el origen de tan espantoso ruido. La gente se miraba sin decir palabra. El niño seguía llorando en aquella esquina. La luz comenzó a titilar. La puerta por donde había entrado se abría lentamente. Todos observábamos inmóviles.

14 de enero de 2010

2009 en perspectiva

Siento no haber escrito antes, pero necesitaba tiempo para organizar mis ideas, mis sentimientos y mis metas. Por eso, haciendo la respectiva revisión anual sobre el año que pasó y los retos para el siguiente, puedo decir con mucha certeza, que el 2009 fue en año de suma importancia para mi corta existencia y no sólo para mi vida personal.

Viajar trae, sin duda, fuertes experiencias y emociones, y en los que hice este año aprendí más de mí misma y de los que me rodean, me ilustré culturalmente y analicé otras formas de vida, e importante también, conocí gente muy especial, que muchos siguen ahora siendo parte importante de mí, y a los que planeo conservar por más tiempo. Otros, por el contrario, fueron solo una placentera compañía temporal que disfruté en su momento, pero que es hora ya de seguir sin ellos. Por supuesto, están aquellos reencuentros que te gustan, pero que dejan la sensación que hiciste bien en haberte ido. Sin embargo, todos cumplieron un rol protagonista que me convierte en el personaje que soy hoy.

Lo más difícil fue (y sigue siendo) estar lejos de mi familia, de mi casa y de mi comida favorita. Escuchar la voz de un pequeñito, que no verás por mucho tiempo, al otro lado de la línea, es aplastante. Y así, mejor no menciono lo demás.

El 2009 en perspectiva fue un muy buen año, incluyó desde amor hasta aventuras, desde risas hasta lágrimas, desde felicidad hasta dolor… y ahora me preparo para el 2010, desechando lo que no sirve y abriendo mi mente para todo lo que he de vivir.

“Chega de Saudade” y bienvenido 2010, no te estoy esperando, ¡voy por ti!


Ésta es mi foto resumen: lo hice, hice todo lo que quise.

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