¡Hola! Hace tiempo que no te uso, lo siento, te cambié por un blog que me parece más atractivo y me permite expresarme como yo quiero. En realidad, creo que no me acuerdo en cuál de mis casas te abandoné. Supongo que tu esencia de cerezas ya habrá desaparecido y tus páginas habrán perdido esa magia que nunca terminé de comprender.
En todo caso, querido diario, te escribo por una sencilla razón. Tengo miles de pensamientos revoloteando por mi mente. No frenan, no descansan, no abandonan. Están ahí, paseando de lado a lado, dibujando ilusiones, componiendo pálpitos, arriesgando sentimientos, creando sensaciones. Es el ritmo en el que no puedo frenar. Me invita a perderme en sus pasos acelerados. Quiero entender. Quiero aprender a bailar. Quiero detener y volver a empezar.
Pero no puedo, querido diario, y una vez más, me encuentro en una solitaria mañana extrañando las olas del mar. ¿Qué hay detrás de esas sonrisas veraniegas? ¿A dónde van los abrazos después del barullo? Sé que no lo sabes. Sé que quisieras saber y responder a uno más de estos pensamientos. Sé que estás hecho solo de oídos mudos y palabras infinitas. No le digas a nadie, querido diario, que muero por descubrir la mirada detrás de las teclas de un corazón. No le digas a nadie que ayer fue el hoy que siempre quise y que ahora no sé dónde volverlo a encontrar. Guarda este secreto por mí hasta que vuelva a descubrir tus páginas perdidas en mi incoherencia sentimental.
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