La diferencia entre Colombia, Argentina y Nueva Zelanda es interesante. En Colombia, cuando entras a una tienda pareces una nueva presa, todos te caen encima para venderte algo y si tu fuerza de voluntad no es lo suficientemente fuerte puedes terminar comprando algo, sobre todo si es ropa. Además los atendedores tienen todo el tiempo el adulador automático activado: “eso te queda divino”, “con ese cuerpo yo me pondría algo como eso”, “Te puedo ayudar mi reina?, mira esto que tengo es perfecto para ti”, “buena elección, te queda perfecto”, “a la orden mi vida, que regreses”… y así podría mencionar muchos más. Para mí era horrible que me llamaran de “mi reina” o “mi vida”.
Pero basta mudarse al polo contrario para comenzar a extrañarlo. En Argentina, o mejor dicho, en Buenos Aires, es casi un fastidio para los vendedores atenderte. Ni te determinan, ni te hablan, a menos que por algún motivo te vean la cara de riquito comprador, de lo contrario, ni fu ni fa. Si preguntas algo en un “locutorio” te responden con mala gana, si haces un reclamo te ponen mil problemas, si quieres algo de la vitrina está prohibido, si preguntas al conductor de bus por alguna calle te responde que sí, así no te haya escuchado; es mejor no decir nada y arreglártelas a tu manera. El atendimiento es realmente deprimente, salvo contadas excepciones.
En Nueva Zelanda es el equilibrio ideal, a mi parecer. Debo decir tal vez, en Auckland y varios pueblos alrededor. En las tiendas cuando entras solo te preguntan: todo bien? Y listo. Aquí no ando con mapas bajo el brazo, pero no me da ninguna pena pedir ayuda; además es muy divertido, porque cuando pides indicación en las calles las personas hasta pueden acompañarte para que no te pierdas.
Lo más entretenido e interesante es subirse a un bus, a pesar de que son carísimos comparados con Argentina. La primera vez que subí lo hice como si nada, pagué con unas monedas, recibí mi ticket y me senté. Mi compañera de casa estaba justo atrás y vi que le daba los buenos días al conductor. Después noté que no solo ella lo hizo, sino todos los que subieron después. Me sentí mal por no haber saludado, así que desde ese día siempre doy los buenos días. Pero eso no es lo más interesante, cuando vas a bajar, el mismo conductor te dice “que tengas un buen día”. ¿Ah!? ¡El mismo conductor! Cuando escuché eso no daba crédito. Al día siguiente probé otra vez y ¡el otro conductor dijo lo mismo! Es una buena forma de comenzar el día, me parece.
Yo pensaba que era yo la malcriada y consentida, y en verdad sí lo soy, pero eso no quiere decir que no busque cierta amabilidad y familiaridad en las personas. Aunque a veces sea un poco desubicada, sé con certeza que los porteños aún tienen ciertos modales que aprender. Al menos así sería BsAs una ciudad menos fría y más amigable.
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