Justo antes de salir de Buenos Aires experimenté una agradable sensación. Era una hermosa mañana primaveral. El sol estaba reluciente, el viento era tenue y fresco y el clima estaba en sus mejores grados. Debía ir hasta Retiro y cerca de mi casa pasa una línea de tren, así que caminé hasta la estación más próxima que es la Tres de Febrero.
Estaba con buen ánimo y en buen tiempo, así que no tenía prisa para subir al tren, muy poco común en esta ciudad. Los pocos a mi alrededor parecían también disfrutar de la mañana. La brisa era perfecta. Tenía frente a mí una cancha de Polo, por lo que los alrededores están llenos de verdes y floreados árboles. Esa era mi vista. El tren tardaba. Cerré los ojos y de repente lo sentí.
Una sensación similar al estar frente al mar me invadió. Al fondo por la Avenida Libertador estaba el tránsito concurrido pero fluido. El sonido de los autos me sorprendió. Cada quien iba por su camino, pero yo podía escucharlos a todos juntos. Fue increíble. El mar en Libertador. El ritmo era menos melódico, pero igual de constante. Así como el ir y venir de las olas, era el ir y venir de los autos que pasaban a prisa, pero su prisa era mi calma.
Sentir en el tránsito esta armonía no es precisamente la idea de paraíso, pero procura una sensación tan similar que casi podría afirmar que me está empezando a gustar esa ciudad. Mientras tanto, me parece que he llegado al verdadero paraíso.
1 comentario:
Que vaina tan espectacular tener la capacidad de transformar en poesía el caos urbano.!!! Reafirma que la belleza está en el el interior de cada quien.
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