Tres de la mañana. Sigo escribiendo en mi computador acompañada de las voces de jóvenes inoficiosos que a esta hora siguen en la calle un día domingo. De repente, despierto de mi elucubración mental y me doy cuenta que algo pasa. Escucho ruidos que dejan de ser normales. Las voces se vuelven gritos; un aullido femenino interrumpe cualquier pensamiento anterior y afino mi oído para escuchar mejor. En la distancia: más gritos, voces discutiendo, una botella rota, un grito femenino que decía algo como “ya dejalo, no pasa nada che!” (léase la palabra dejalo sin tilde), más voces incrementando su sonoridad, otra botella rota. Ahí mi curiosidad no dudó en no perderse el espectáculo y de un solo brinco ya estaba en el balcón. ¡Trash! Otra botella rota.
¿Pero qué pasa?, me pregunto desprevenida. Con una temperatura rondando los 15° un par de chicos se empujan en medio del boulevard. Unos se quitan la camisa y casi hasta el pantalón para empezar la pelea. Otros sólo se despojan de la chaqueta y unos cuantos, los más cobardes (o los más astutos) sólo hacen amague, pero todos se creen grandes.
“¡Sos un negro! ¡Callate cheto de mierda! ¡No tienes plata, vete para Palermo puto!”... ¿Cómo? ¿Escuché bien? ¿Palermo? Yo estoy en un balcón de un barrio medio pupy y medio nuevo llamado Las Cañitas, pero Palermo es el barrio que está al lado y hasta donde tengo entendido es uno de los buenos de la ciudad. Entonces, ¿que se devuelva a Palermo? ¿Querrá decir que camine tres cuadras a la derecha?
Yo sigo viendo el espectáculo de “la banda” o de los bandos podría ser, porque parecían dos grupo enfrentándose. Miro a mi derecha y dos vecinos (unos señores) también están asomados al balcón. Tengo dos teorías para que estos personajes estuvieran ahí: la primera que estaban despiertos viendo la tele hasta tarde porque sufren de insomnio; la segunda y más real, que son los propios chismosos que no se quieren perder un baile. Pues el teléfono en la mano de mi vecino y la llamada que parecía a la policía confirmaron mi segunda teoría.
Mientras tanto, el grupo de 20 babosos se volvió de 50, 60, 70… no sé de dónde salían o se reproducían. De todas las esquinas llegaba alguien corriendo con el puño en alto listo para darle en la cara de alguien, el que fuera. Los que rompieron las botellas las dejaron en el piso, era sólo para asustar. Muchas voces sonaban al unísono… está bien, al unísono es exagerar, más bien formaban un barullo sinfónico que deleitaba mi morbo social.
Desde un décimo piso y un amplio balcón se puede tener un buen panorama de lo que acontece. Debo admitir que siempre me gustaron las peleas de barrio. Cada vez que se formaba alguna conmigo cerca yo gritaba “No seas bobo, no pelees, viene la tomba después..!”, pero por dentro estaba emocionada y me quedaba cerca para ver cómo los chicos se hacían grandes. Eso en un sentido poético, porque mientras más amagues y puños mal pegados hacían, más me daba cuenta de la “boludez” juvenil. Igual, no impedía que me deleitara con un par de estupideces. Mal, mal, lo sé.
Como en todo disturbio, llegó la poli. No recuerdo cómo le llaman aquí, pero se bajó un Macho Man de su carro y comenzó a insultar a los “pelaos”. De pronto, otros más llegaron a su ayuda y también intentaron establecer el orden. Lo lograron. Los bandos se fueron dividiendo, no sin unos puños por ahí y por allá y algunos insultos atravesados. Alcancé ver hasta niños de unos 12 años corriendo de susto hacia sus casas. Claro, cuando hay ley nadie es grande.
El barullo se disipó y con eso mi despertada emoción. Los vecinos volvieron a entrar. Estoy segura que tenían el teléfono en la mano y las orejas bien paradas. Yo volví a mi computador a intentar terminar lo que estaba haciendo, pero sin éxito.
Quedé tan entusiasmada con el evento que me hizo preguntarme. ¿Qué piensan los jóvenes hoy en día? Digo, obviamente no es que yo sea vieja, pero nunca entendí esas peleas. Al menos antes peleaban por insultar a una chica o por ofender a la familia, pero ¿y ahora? ¿Porque uno come pirulito y el otro bom bom búm o porque uno vive en Palermo y el otro en Las Cañitas? ¡Qué banal! ¡Qué sin sentido! Cada vez entiendo menos y tengo más preguntas.
Creo que a veces me gustaría dejar de ver las cosas desde la ventana y salir a la calle. Tocar la espalda en uno de los chicos y entrar en sus pensamientos. Ver desde sus ojos, escuchar desde sus oídos, sentir desde sus manos. Tengo un poco de miedo de caer en un precipicio, sabes, saltar y encontrar un vacío (un vacío mental), porque eso no sólo es el futuro, es también el presente, el presente que nosotros mismos hemos venido forjando y vaya mundo que vamos a formar con ejemplos como estos.
Cuatro y dos de la mañana. Regresaron los chicos. Todavía andan en la calle haciendo disturbios y despertando vecinos, y yo me pregunto ¿Dónde están los padres? ¿Dónde está el orden, la ley, las normas? Oh Dios! Creo que padezco de envejecimiento prematuro.
1 comentario:
me gusta este texto...tiene color y ritmo...no has perdido el toque.
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