Todos los días, alrededor de las nueve de la noche, él sirve la mesa. Con una pantaloneta negra, camiseta estilo ‘estar en casa’ y descalzo, va preparando cada detalle.
La mesa tiene seis puestos, pero él sólo sirve dos. Tal vez sus hijos no viven más ahí, o tal vez nunca llegan a tiempo para la cena. Primero trae dos copas de agua, supongo que desde una alacena. Las coloca en el puesto de la esquina y el de su lado izquierdo. Trae una botella de agua y sirve una de las copas. Pone los individuales en ambos puestos y va a la cocina. Regresa con otra botella de agua que parece estar fría y sirve otra de las copas. Él sabe cómo le gusta a ella tomar el agua. Coloca una panera en el centro de la mesa y abre la bolsa para que el pan tajado quede al alcance. Trae dos controles remotos y los acomoda junto a su puesto, alineados para que no se vean desordenados. De ella no hay señal todavía.
Saca dos platos color verde, dos juegos de cubierto (tenedor y cuchillo), rasga servilletas de cocina y las pisa con los platos que acaba de ubicar en la mesa. Cuando termina de acomodar las cosas, se detiene unos instantes a observar si está todo listo: platos, vasos, cubiertos, servilletas, controles, pan y agua. Parece que sí. Abandona la habitación por unos instantes.
El gato asoma su cabeza por la ventana. A lo mejor se dio cuenta que yo estaba espiando. Mira fijamente hacia la mía hasta que me encuentra. Muevo mi mano saludándolo y trato de separarla de mi cara, para ver qué es lo que mira, pero sus ojos no se mueven en el sentido de mi mano, sigue mirando directo a mis ojos. ¡Ay gato, no me asustes!
Ella aparece en escena. Atraviesa la habitación y constata que está todo en orden. Lleva un vestido negro y unas sandalias ‘tres puntá’. Regresa a la cocina. El gato sigue mirándome. No se movió mientras ella estuvo ahí. Su cabecita se ve a través de las macetas que tienen en el balcón. Desde aquí, las plantas parecen de mentira o, más bien, hongos de lechuga. Ella vuelve y llama al señor con gestos. Nunca puedo ver sus cabezas. Ella sirve algo en el plato, él se sienta y prende la televisión. Ella vuelve a la cocina. Él empieza a comer sin esperarla. Un bocado y mira la tele. Mastica con calma, no tiene prisa. El plato de ella está sin servir todavía. Él sigue su ritmo. La persiana de la ventana no me deja ver hacia dónde miran sus ojos, así que no sé cuál es la posición de la tele. No sé si su cabello es negro o es blanco, pero por su forma de sentarse y las arrugas en la piel indican que es gris. El de ella, que volvió a la habitación, es marrón oscuro. Se sienta en la mesa, toma un poco de agua y comienza a comer. Él ya está por terminar, su plato va quedando más vacío mientras cambia de canal. El gato dejó de mirarme, algo lo distrajo más arriba. No se hablan. Ella lo mira y prueba otro bocado. Mastica mientras ve la televisión. Él termina de comer. Empuja el plato un poco adentro de la mesa, apoya los codos y cruza los brazos. Ahora espera a que ella termine.
El gato se fue, no sé a dónde. Anna, mi amiga, me habla de este lado. Me distraigo unos minutos con ella. Saludo a su novio que acaba de llegar y llevo mis platos a la cocina. Regreso a ver en qué están mis vecinos, pero ya se habían levantado. Sólo quedaban los platos sucios sobre la mesa.
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